A veces sentimos que el mundo nos empuja a vivir a toda velocidad, como si el tiempo fuera un recurso que debemos exprimir al máximo. Pero, ¿a dónde nos lleva tanta prisa? Yo misma he aprendido que cuando corres demasiado, es fácil olvidar lo esencial, perderse los pequeños momentos que hacen la vida especial.
Detenerse no es perder, es ganar perspectiva. Encontrar tiempo para respirar, disfrutar de un café en calma o simplemente escuchar el silencio puede ser un bálsamo para el alma. Vivir el día a día, sin presiones innecesarias, nos recuerda que la vida no se mide por lo que logramos apresuradamente, sino por los instantes de paz y felicidad que cultivamos.
Permitirnos descansar, tanto el cuerpo como la mente, es la manera más sencilla de reconectar con nosotros mismos y con el presente. Vivir despacio no solo te da tiempo, te regresa la vida.